
El amanecer en la vereda La Parda, en Marquetalia, Caldas, tenía el aroma del café recién colado y el eco lejano de un gallo que rompía el silencio de la montaña. Desde niño aprendí que la tierra era una maestra severa, pero justa. Mi padre me enseñó a trabajarla, y a entender que el café no solo era un cultivo, sino una manera de vivir.
—Mijo, a uno le compran cafecito a la hora que lo lleve al pueblo —decía con esa sabiduría que solo da la experiencia.
Así transcurrió mi adolescencia, entre los surcos de los cafetales y las aulas del colegio, con las manos teñidas de tierra y la mente llena de sueños. Siempre me gustaron dos cosas: el campo y la radio. Mientras ayudaba a mi padre, un viejo radio de perilla nos acompañaba en las largas jornadas. Por él se escuchaban emisoras tradicionales como Radio Recuerdos y La Cariñosa. Yo me quedaba en silencio, hipnotizado por aquellas voces profundas que parecían tener el poder de atravesar montañas y llegar al corazón de la gente.
Cuando por fin pude comprar mi propio radio, descubrí emisoras más juveniles. Me enamoré de la locución. Soñaba despierto con hablar detrás de un micrófono, con contar historias, poner música y llenar de compañía los días de otros campesinos como yo. Soñaba, incluso, con tener mi propia emisora. Y aunque en ese entonces todo parecía imposible, siempre creí que la mente es un imán poderoso: uno atrae lo que anhela con el alma.
Sin buscarlo, un día terminé en la emisora del pueblo. Era un pequeño cuarto con paredes de madera, micrófonos viejos y una consola que crujía más de lo que sonaba. Pero allí, frente a aquel micrófono, sentí que mi vida comenzaba. La pasión hizo lo demás: escalé, aprendí, trabajé en emisoras comerciales y regionales, grabé voces para marcas y hasta produje programas para emisoras en otros países.
Aun así, nunca me alejé del café. Lo bebía todo el día y mi corazón seguía en los cafetales. Siempre tuve la idea de que, algún día, los campesinos podríamos vender nuestro café directamente, sin intermediarios, para que el esfuerzo de nuestras manos se pagara con justicia.
Después de doce años lejos de Marquetalia, regresé a mi tierra con más experiencia y un sueño intacto. La emisora local necesitaba un cambio, y el destino me puso nuevamente frente a los micrófonos. Así, en 2019, nació Ritmo 90.1, “la emisora de moda”: fresca, juvenil, pero fiel a su esencia campesina. Desde allí comencé a acompañar de nuevo a los caficultores, a saludar por nombre a cada vereda, a ser su voz y su compañía.
Con el tiempo, la vida me devolvió a la finca, allí vivo en la vereda La Parda desde donde aún transmito mis programas, entre el canto de los pájaros y el aroma del café. Dios, en su manera perfecta de hacer las cosas, cruzó mi camino con las personas indicadas para ir cumpliendo mis metas, es el caso de Yesid Valencia, un caficultor amigo y oyente fiel, quien me animó a tostar y vender mi propio café.
Así, en 2025, nació mi marca “R Café”, que comparte la letra “R” con Ritmo, la emisora. Dos sueños cumplidos: radio y café.
Hoy, cada taza de R Café guarda mi historia. Es testimonio de que los sueños se cumplen cuando se trabaja con disciplina, fe y amor por lo que se hace. Pero no es solo mi historia; es también la de miles de caficultores colombianos que madrugan entre la neblina a cuidar la tierra.
Soy Julian Montoya vivo en Marquetalia Caldas, aquí tenemos más de veinticinco marcas de café, todas de excelente calidad, y hoy estaría feliz si después de leer mi historia decides comprar una libra de cualquiera de ellas —aunque no sea la mía— estarás haciendo mucho más que adquirir café: estarás comprando una historia de vida sembrada en el corazón, con aroma a Café.










